sábado, 3 de mayo de 2008

Obama y las primarias

El senador demócrata Barack Obama es el fenómeno central del proceso para designar candidatos en EE UU. La posibilidad de que sea el primer presidente negro del país no es una quimera

Pasé varias horas pegado a la televisión siguiendo las elecciones primarias en Iowa y New Hampshire para designar los candidatos demócrata y republicano a la presidencia de Estados Unidos y estoy convencido -como dije en un artículo anterior- que, con prescindencia del desenlace, el fenómeno central de este proceso que culminará en noviembre es la presencia en él del senador Barack Obama, que ha trastornado de pies a cabeza el statu quo político estadounidense.

A diferencia de lo que ocurre en Francia o en América Latina las revoluciones en Estados Unidos son pacíficas, no se hacen en las barricadas sino en las urnas y no con bombas ni balas sino con votos y palabras (bueno, a menudo eslóganes). Dentro de las coordenadas políticas de Estados Unidos, Barack Obama ha levantado, en un momento difícil de incertidumbre económica y de divisiones y encono político internos, y de desafecto externo hacia el país debido a la guerra de Irak, un movimiento de gran entusiasmo y esperanza, sobre todo entre electores independientes y los jóvenes, en el que curiosamente hay reminiscencias mezcladas de lo que fue la movilización a favor de los derechos humanos y de la integración racial que encabezó Martin Luther King y el impacto que causó en la vida política la irrupción de John Kennedy y su mensaje de reformismo idealista.

Obama conquistó una rotunda victoria en Iowa y perdió apenas por unos pocos millares de votos ante Hillary Clinton en New Hampshire, con lo cual frenó de golpe y casi entierra lo que parecía la imparable nominación de la senadora a la candidatura demócrata trabajada minuciosamente desde años atrás con una astronómica inversión de recursos económicos y la activa participación del aparato partidario. Pero en los caucuses (asambleas) de Iowa se vio, de manera gráfica, que la hostilidad que provoca la señora Clinton entre los propios demócratas es acaso tan pugnaz como entre los republicanos: los votantes de los candidatos demócratas que no alcanzaron el 15% reglamentario mínimo en las asambleas prefirieron en un porcentaje de 3 a 1 apoyar a Obama en vez de Hillary.

En New Hampshire los creadores de imágenes idearon una puesta en escena para demostrar que la senadora Clinton no es el ser frío y ávido de poder que parece, y la hicieron derramar unas lágrimas ante las cámaras en una cafetería, a la vez que balbuceaba que la suerte de Estados Unidos era para ella "algo profundo y personal", y esas lágrimas y puchero, por lo visto, le ganaron los tres o cuatro mil votos femeninos que la salvaron de la derrota. Pero cualquiera que haya seguido con atención todo el desarrollo de estas dos primarias no puede equivocarse: quien sale consagrado como la fuerza dominante en esta primera etapa de los comicios, es Barack Obama, una candidatura improvisada hace pocos meses, en la periferia del partido y que ha conseguido la hazaña de implantarse nacionalmente, con gran eficacia, gracias a la masiva movilización de jóvenes estudiantes e independientes de todas las razas, credos y tradiciones, aglutinados gracias al carisma personal y al mensaje idealista e integrador del senador Obama. Apenas concluida la primaria de New Hampshire, uno de los sindicatos más influyentes del ramo de lavanderías y trabajadores de hoteles y casinos de Estados Unidos, the Unite Here -medio millón de afiliados- endosó su candidatura.

Su discurso, agradeciendo a sus partidarios el trabajo realizado en New Hampshire a la medianoche del día 8, pasó como sobre ascuas por la guerra de Irak, tema divisivo, reafirmando que las tropas debían retornar a casa cuanto antes. Pero consistió sobre todo en un nuevo llamado a la unión, por encima de las diferencias partidarias, étnicas o religiosas para dar la batalla contra la pobreza, la crisis económica, el terrorismo, a favor del seguro médico universal y la defensa del medio ambiente. Obama evita los clisés y lugares comunes del discurso político, transmite convicción, frescura, sentimientos y esa ingenuidad que es objeto de tantas burlas a veces de quienes creen que el "sueño americano" es, también, como las lágrimas y pucheros de la señora Clinton, una hechura de los creativos de la publicidad.

No lo es. Hay un "sueño americano" que está en los orígenes mismos de la creación de los Estados Unidos, como una tierra de libertad, de trabajo, de individuos soberanos y no de castas, en la que las leyes y la moral se confunden para garantizar el bien común dentro de la convivencia en la diversidad y el estímulo permanente a la iniciativa y a la creatividad del ciudadano. Ese sueño ha pasado por períodos de receso y trauma pero ha regresado una y otra vez y es el que está detrás de los grandes episodios de la historia americana, el prodigioso desarrollo industrial y científico, la recepción e integración en su seno de decenas de millones de inmigrantes de todas las tradiciones y culturas, el reformismo liberal profundamente enraizado en la sociedad, la campaña en favor de los derechos civiles, la lucha contra el fascismo y el nazismo durante las dos guerras mundiales y la defensa del mundo occidental ante el totalitarismo en los años de la guerra fría.

Algo de todo eso asoma en la figura de este hijo de un africano y una blanca de Kansas de origen nórdico que, gracias a su talento, pasó por la mejor universidad de Estados Unidos, al igual que Michelle, su mujer -Harvard- y luego de esa sobresaliente formación, en vez de ir a hacerse rico en un gran bufete de abogados neoyorquinos o en la ejecutiva de una transnacional, prefirió ir a sepultarse diez años en las barriadas más miserables de Chicago, organizando a los marginales y a los desempleados para dotarlos de los recursos políticos y culturales que les permitieran salir de la pobreza.

El senador Obama es el primer dirigente de color en Estados Unidos que ha llegado a la vez al corazón de los blancos, de los negros y de los hispánicos, con un discurso en el que jamás se apela a su condición racial. Tanto el victimismo como el racismo al revés brillan por su ausencia en sus entrevistas, en tanto que es constante su prédica para superar las barreras artificiales que suelen levantar las ideologías, el racialismo (que no hay que confundir con el racismo, aunque está contaminado de éste) el feminismo y el ecologismo, con las nociones superiores de libertad, justicia, legalidad y oportunidades, educación y seguridad para todos sin excepción. Son ideas sencillas, generales, sin duda, pero que han hecho vibrar a millones de norteamericanos recordándoles de pronto que la política puede ser algo más generoso y sincero que la versión que dan de ella los políticos profesionales, porque quien las promueve las respalda con una vida entregada a hacerlas realidad.

De otro lado, el inmenso atractivo de su persona es la insensata sinceridad con que ha desnudado su vida en su autobiografía y en su campaña. Anoche decían los comentaristas de la CNN que el clan Clinton tenía preparada una campaña de guerra sucia devastadora contra Obama. Pero ¿de qué pecaditos veniales o mortales podrían acusarlo que no haya él ya reconocido, adelantándose a sus detractores? Los norteamericanos saben perfectamente quién es Obama: de dónde sale, qué ha hecho con su vida hasta ahora, los errores que cometió -las drogas que marcaron a su generación, por ejemplo- y concluido que en el balance prevalece lo positivo. Por eso se han movilizado de esa manera convirtiendo en realidad algo que hace apenas unos meses era un imposible.

Después de lo ocurrido en Iowa y New Hampshire, a menos de un trágico imponderable -un atentado terrorista, por ejemplo- la posibilidad de que Barack Obama sea el primer presidente negro de los Estados Unidos no es una quimera sino una posibilidad muy realista.


© Mario Vargas Llosa, 2008. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario EL PAÍS, SL, 2008.

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